No podría decirte cuando empezaron a existir. Yo me di cuenta de su
presencia entre los nuestros cuando un sacerdote (sí, un cura de esos que
visten de negro), los nombró hace ya mucho tiempo. Desde entonces, me fijo
mucho en quién pertenece a esa tribu. Sus características son muy comunes en
nuestro tiempo, aunque se consideren inanalizables, hay una que resalta y
predomina sobre las otras: viven por y para el fin de semana.
Para cualquier mortal, despertar un lunes laborable no es que sea lo
más agradable de esta vida, y, siguiendo una regla de tres, cuanto más debes
madrugar, más duro resulta para el cuerpo. Unos lo llaman fenómeno psicológico
paranormal o ineptitud consecuente laboral. Yo a eso lo llamo cansancio, una
cualidad que resalta en este clan, con demasiadas patrias y banderas aunque no
representen a ninguna. Todos los días están cansados. Bueno, todos menos el fin
de semana, claro. Cuando amanece un lunes, no saben donde están: puede que
sigan en el tapeo de la noche anterior, flotando entre las copas del sábado o
en las sensibilidades de cualquier discoteca, bajo un ambiente frívolo y
superficial. Lo que está claro es que viven del recuerdo de la macro fiesta que
se pegaron los días anteriores, porque, ojo ahí, cada fin de semana ha sido el
mejor de sus vidas, la discoteca estaba “on fire”, las copas fueron una risa
descomunal y en el bar estuvieron con algún tipo de interés… o eso dicen.
Al principio de la semana están
ciegos, no ven más allá de los recuerdos de lo anterior y su mirada se postra
en el próximo evento de Facebook. A medida que llega la última parte de la
semana empiezan a ver con claridad. Empiezan a salir del resacoso túnel, ya se
ven los destellos de lo que promete ser otra catarsis mejor que la anterior. Se
asemejan a aquellos caballos que solo miran hacia adelante, con el único fin de
llegar a su mismo destino: esa aparente felicidad en la que viven
placenteramente engañados, obcecados en que la vida es su fiesta, o, dicho de
otra manera, que la vida se acaba si no la sienten.
Y yo digo, me pregunto, ¿cómo deben sobrellevar la ardua carga de no
sentir esas sensaciones durante la semana laboral? ¿Cómo les reconoces? Pues
estos individuos vagan como fantasmas, con pena y sin gloria, ya que si no
tienen el flow de la fiesta no se sienten libres en su prisión hedonista, y,
sin gloria porque a nada aspiran que no sea su ombligo. La tortura es diaria y solo se liberan cuando llega el viernes para después deprimirse en la melancolía de una tarde de domingo, que les devuelve a la realidad como un chorro de agua gélida en un despertar.
No ven razones para disfrutar de todo aquello que no esté relacionado con su
diversión. Ya estáis advertidos.
Les reconoceréis cuando
recibáis una llamada o un SMS el viernes por la tarde, invitándoos a salir a
acompañarlos en sus insaciables aventuras, después de no haber tenido contacto
desde la última salida. Y entonces pensaréis que el fantasma toma vida, se
viste del falso colegueo nocturno, sale de su cansada tumba y vivirá con el
carpe diem por filosofía durante tres días para que, después, amanezca el lunes
vestido de resaca y cansancio. Allí donde la fiesta que era la vida ya ha quedado
atrás, vuelve a completarse el ciclo, a despertar el espíritu del sinsentido de
esta existencia que nada es de lunes a jueves.