Pasea entre la sociedad, oculta entre el tumulto de la muchedumbre. No
llama la atención, y, si no te advierten de su presencia, es difícil verla. Has
pasado con ella algunos momentos, pero, con la resacas llega el olvido. La
conoces de sobra y le has pedido consejo cuando, harto de tus obligaciones
diarias, has perdido la fe en tu entrega a tus proyectos. De una forma u otra,
desde la inconsciencia o desde el oportunismo, hemos encarnado los valores y
fundamentos de su personalidad, con argucias y palabras que de sobra sabíamos
que estaban vacías de sentido. Y viceversa. ¿Quién no ha sucumbido a los
placeres de la falsa felicidad en forma de comodidad?
Aparece en tu vida con el uso de razón, crece contigo en la adolescencia
y de ti depende si la eliges como amiga, amante o furcia. En esa edad, momento
crítico, se decide para muchos su futuro, que conlleva el desarrollo de una
vida. Con ella pasa igual. Si te enamora de sus falsas promesas, huye y no la
mires a los ojos al despedirte, no vaya ser que a Cupido se le antoje un beso
más. Pero lo más doloroso no es decir adiós, sino convivir con el recuerdo de
un amor, que siempre estará allí. Ahora, en la universidad, deambula por los
pasillos de la universidad acechando a sus presas, a las cuales se presenta en
forma aristocrática y con falsa modestia. Y yo, desenamorado y decepcionado,
camino escéptico y cínico viendo como ella pasea de la mano de muchos. No me
extraño al ver sus victorias, cuesta creer como obceca nuestra visión a ciertos
puntos de la vida, olvidando a la belleza y al amor. Me preocupo, pues la veo
de cañas con la ley del mínimo esfuerzo y otros ilustres, acompañado de un
puñado de estudiantes que flotan entre el falso colegueo de unas tapas tontas.
Sin embargo, no me desanimo y me regocijo que otros muchos han
rechazado la tentación de su amistad. La risa acude a mí cuando imagino las
calabazas que ha recibido y cada día me convenzo más que a los jóvenes se nos
gana con actos, no con palabras, y que, a su vez, tenemos ya poco que decir y
mucho que hacer.
Y, mientras miro por la ventana, la veo pasar. Sola o acompañada, deseo
que no vuelva a fijar sus hipnotizadores ojos en los míos, y que, en poco
tiempo, ella, la mediocridad, abandone nuestras vidas y luchemos por no estar
entre el montón, por destacar gracias a nuestro esfuerzo, por lograr nuestros
objetivos con constancia y perseverancia, por poder soñar libres en cambiar el
mundo y, más temprano que tarde, ser felices de verdad.
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