domingo, 9 de diciembre de 2012

La primera victoria

Sueñas. Tu cuerpo, en reposo, yace sumergido en un cúmulo de anestesias que te hacen dormir. Descansas, respiras y sientes el pleno confort de las sábanas acariciando tu piel, que te transmiten suavidad y calor, mientras tu cabeza reposa sobre la mullida almohada. Hay un clímax perfecto. Lo hay hasta que suena el despertador. Irrumpe en tu ideal sueño, sin preguntar y con un estruendoso sonido. Empieza como si fuera lejano, pero poco a poco, in crescendo, se acerca y taladra tu cabeza. Parece que habite a las compuertas de tu oreja. Cuando ya eres consciente de la situación, tu cuerpo, anclado en la comodidad, rechaza el mero pensamiento de levantarse. Dudas. Asistes a una discusión diaria, cansina y tediosa, entre tu razón y tu sensibilidad. Al no poseer la fuerza para levantarte, te prometes 5 minutos más, 5 minutos más que son en sí un engaño, una pequeña derrota, la primera de muchas. El malestar que produce tu conciencia es el claro reflejo de un descanso intranquilo, que no disfrutas, que te martillea, y maldices tu existencia y tus deberes, tus compromisos y obligaciones. Buscas una respuesta que satisfaga a tu cuerpo para que haga el tremendo esfuerzo que supone abandonar la cama. Vuelve a sonar el pospuesto despertador y esta vez sí, abres los ojos y tus pies sienten el frío suelo, que te traen de repente al mundo sensible. Bostezas y te estiras, difundiendo la poca vitalidad matutina al resto de tus extremidades. Te miras al espejo y sigues sin encontrar razones por las cuales no volver a la cama. El agua de la ducha acaba por sacarte del sueño y el día empieza a tener un color más vivo, parece que ha valido la pena levantarse y que el día se presenta de lo más emocionante. Cantas por lo bajo una canción y tus ánimos han crecido en sobremanera. Tu perspectiva ya no es lo que era, ha cambiado en cuestión de minutos. Te sonríes al pensar que aún podrías seguir adormilado en los sinsabores de la derrota personal, en la frustración de haber sido dominado por tu cuerpo y de no haber podido sobreponerte a él. Has luchado, has caído y te has levantado. Lo que se suele decir.

El despertarse por las mañanas es una lucha diaria, como muchas otras que se nos presentan en el devenir de la jornada. El poseer la voluntad de hacerlos frente depende de la disposición personal. Y es ahí donde radica un error de la sociedad: nos dan en los ámbitos personales demasiadas cosas hechas. Pero nadie puede sudar por ti. Nadie puede sustituir el esfuerzo que cada uno debe realizar para avanzar en su propia vida. Nadie podrá enseñarte a sonreír en la contrariedad, a callar el orgullo o a disculparte de tus errores. Nadie, repito, nadie puede sustituir el valor que supone una lucha diaria en los pequeños detalles, en esas cosas y situaciones que contienen un precio impagable que debe realizar cada uno.
  La sociedad actual sufre, en parte, por ese problema. No lo sé a ciencia cierta, no soy médico, pero observo y no hay que ser un lince para darse cuenta que ya a los más pequeños se les educa con poca exigencia y cuando salen de la burbuja familiar y aterrizan en el mundo escolar, a más de uno parece que le estén martirizando. La solución no es dogmática. No hay una fórmula exacta, pero el resultado debe seguir la línea de una exigencia continua, desde cero, desde la educación y desde la humildad de saber acoger los consejos de aquellos que poseen la experiencia de la vida. Es para todos un deber y una responsabilidad. Y si nos negamos a exigir y a educar, solo nacerán seres egoístas y sin capacidad de liderar en nuestra sociedad, pero, mucho peor, no serán felices, pues el mero hecho de no poder dominar los apetitos de tu cuerpo y mirarte el ombligo ya supone vivir con esa sensación de no sentirte libre, de sentirte esclavo, de no ser libre.
 Se ha dicho mucho, pero no viene mal recordar que cada día podemos superarnos personalmente, dominar nuestro cuerpo y poder hacer lo que realmente nos da la gana. Seguro que habrá días que no lo conseguiremos, que no alcanzaremos la primera victoria del día, que seremos derrotados, pero, ¿quién no ha caído para conseguir frutos?

domingo, 25 de noviembre de 2012

Comunicación 2.0


Siglo XXI, Era de la Comunicación.  Las nuevas tecnologías se adhieren a nuestras vidas. Ya no somos sin ellas, y, claro está, ellas no son sin nosotros. La sociedad nos exige evolucionar para no quedarnos atrás, atados a la historia pasada. Tanto es así, que hemos perdido parte de nuestra identidad, una parte que nos definía: la interactuación entre las personas.

Ha quedado patente que hoy en día que los jóvenes nos hablamos más a través de cristales que cara a cara, y el punto en común son los chats de mensajería instantánea. Sé de sobras que es un gran invento, que ahorras, que hay mil y dos promociones para entrar en el sistema, que es muy simple de usar, que hablo con amigos que no veo nunca… Pero, además de irreal, tiene esencia adictiva. Esta adicción se convierte en una dependencia diaria. Con los primeros rayos de sol, en la mesa, en la ruta hacia un destino, en la soledad de la compañía, en la rutina del trabajo, entre la frescura de unas  cervezas e infinidad de momentos en los que tenemos un aparato tecnológico entre nuestras manos, que activa una burbuja de protección cara al exterior. Lo fuerte es que creemos estar más cerca del mundo, y nos alejamos tecla tras tecla. De hecho, en ocasiones, para aparentar que estamos ocupados en público, sacamos el teléfono cuando estamos solos. Debemos de ser muy importantes, digo yo.

Nuestros dedos juguetean con la irrealidad que resulta hablar con un teclado. La inexpresividad, a pesar de los infinitos emoticonos y expresiones, brilla por su presencia. Impresionados por la atracción de poder estar en contacto continuamente con nuestros amigos, hemos supeditado en gran parte el contacto visual y físico al meramente superficial. Parece utópico, pero es real. Es real hasta tal punto que ciertas personas pretenden ser la sal de todos los platos, obtener una especie de omnipresencia en las vidas de los que le rodean, intentando mantener el status que impone su persona a través de una máquina. Y eso no es posible, y si lo es, degrada su persona a categoría de objeto. Es incompatible. Cuando se está con una persona, todo lo demás no importa, ¿o prefieres un objeto a tu amigo?

Los más jóvenes de hoy en día acometen sus andanzas, llenas de prejuicios, a través de pantallas. Les entiendo. Es simple, no exige el esfuerzo que supone desarrollar tus capacidades de sociabilidad. Y eso lleva a tener miedo a arriesgarse en la amistad. Tanto es así que algunos tienen la valentía de expresar sentimientos e insultos ocultándose tras una pantalla, culpa de amistades y parejas rotas. Penoso y actual, en todas las edades presente, signo de inmadurez personal que carece de identidad. No es un modelo de comportamiento social a seguir, en definitiva. Como me dijeron en su día, nos han enganchado a una red de la que ya no podemos salir. Una espiral que solo se detiene si lo decides tú mismo. Flota en el aire la extraña sensación que venimos al mundo con un móvil en las manos, cual modelo de serie de una cadena de producción. Resulta paradójico que en la Era de la Comunicación se denote más incomunicación o, dicho de otra manera, una falsa comunicación.

Sé que la mensajería instantánea posee grandes ventajas, pero eso no es excusa para rebajarnos a la pereza y al vicio de “comunicarnos”. La vida es más que tecnología, por muy desarrollada y avanzada que sea. No la reduzcamos a meras fachadas y apariencias, seamos valientes de decir las cosas serias a la cara, no tengamos la cobardía de soltar el puño y esconder la mano. Debemos dar con la tecla adecuada de la vida para encontrar la relación perfecta, la combinación que haga posible exaltar las virtudes de la tecnología y mantener la conversación cara a cara. Si lo conseguimos, habremos alcanzado la nueva comunicación, aquella donde no es la pantalla la única que disfruta con tu sonrisa y se queda impasible con tu malestar, la Comunicación 2.0.

martes, 13 de noviembre de 2012

Por qué el fútbol

Con mucha frecuencia me pregunto qué tiene este deporte que se vive mundialmente, que une aficiones y que hace latir el corazón a razas de diversa índole. Qué posee que te hace vibrar desde el sofá de tu casa, desde los abarrotados bares, desde una butaca de un estadio o desde el campo mismo. ¿Qué es eso? ¿Qué es el fútbol? No lo sé. Sería demasiado limitarlo a una definición. Pero lo que sí aseguro es que es otra forma de ver la vida. Habrá quienes no estén de acuerdo. Y, como se suele decir, no sé que saben ellos de la vida, pero de lo que estoy seguro es que no saben nada del fútbol.
Qué sabrán ellos de sacrificarte día tras día, entreno tras entreno, con frío, calor o nieve. Qué sabrán ellos de sentir la presión cuando llegas a un entrenamiento, en el que has de demostrar tu valía. Qué te van a decir aquellos cuando sufriste una lesión, que no te resignaste, que seguiste apoyando a tu equipo desde la grada, que luchaste por volver. Qué te van a contar aquellos que perdieron un partido en el último minuto, de la impotencia y de la rabia.
El fútbol te enseñó a ser paciente desde el banquillo, a ser constante, a perseverar entreno tras entreno, jugada tras jugada, crítica tras crítica, grito tras grito. Fue él quien te dijo que tras cada balón perdido hay un compañero que dejas en evidencia. Te recordó que debes ser responsable dentro y fuera del campo de fútbol. Orgulloso de que te vieran jugar tus seres queridos y amigos, les invitabas a cada partido, te animaron y consolaron, te aconsejaron y te hicieron crecer como persona a través del deporte. Forjó amistades de trinchera, hermanos de sangre por los que darías la vida en el terreno de juego. Dominaste tus nervios desde el vestuario mientras te calzabas las botas, desafiaste al rival con la mirada en el calentamiento, respiraste hondo antes de empezar el partido. Caíste después de luchar como un gladiador, corriste hasta desfallecer, te levantaste embarrado, con frío y dolor, pero los superaste por unos colores, por un ideal, por una meta, por unos hermanos. Derrasmaste lágrimas con el corazón encogido tras perder, incluso injustamente, pero no te diste por vencido. Sentiste una alegría inmensa al abrazar a tus compañeros tras un gol, te conjuraste con ellos en la victoria y en la derrota. Te dijo que hay que respetar, que hay que ser competitivo, que hay que ganar, pero que no todo vale. Y, reto tras reto, con motivación y constancia, creciste como persona.
Por eso, el fútbol, sobre todo cuando se juega, es una escuela para la vida. Además de disfrutar, en el campo es donde se demuestra quién lo daría todo, quién sería capaz de ceder su puesto a otro para que disfrutara del cuero, quién es un caballero o un pedante. En el campo debes soportar, por desgracia, improperios de diversas personas, tragándote el orgullo y la soberbia. Allí naces, allí vives, allí mueres. El fútbol es vida. Te fortalece en las dificultades y te otras perspectivas de la vida. Y, aunque en ocasiones es causa de peleas, riñas y conflictos por su excesivo fanatismo, él sigue siendo tu mejor pasatiempo, del que aprendes y disfrutas.
Animo a todo aquel que ama el fútbol, a que siga disfrutando y deje disfrutar, que es un juego que se vive, pero que no vale la pena agredir física o verbalmente a cualquier persona o símbolo, conjunto o bandera. No limitemos este deporte a cuestiones personales, sociales o políticas. Dejémosle ser lo que es y ha sido. Aportemos nuestro grano de arena para que siga enseñando, para que siga enamorando y continue ganando adeptos, para que aumente esta gran familia. Seamos sensatos.
Gracias por existir, por deleitarnos noche tras noche, por hacernos vibrar con el himno de la Champions, por enseñarnos mucho, por darnos tanto. Gracias.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Instantes nocturnos


Saliste de casa esperanzado. Intuías algo. Un cúmulo de buenas sensaciones recorría tu cuerpo y decidiste salir a comerte la noche con lo que hubiera por delante. Habías quedado ya con los colegas de barra y con tus amistades de esquinas. Llevabas esperando el momento desde hacía ya menos de una semana. Estabas impaciente. Sería legendario, sería actuar como si no hubiera mañana. Presientes que si no te lanzas hoy habrás perdido una oportunidad de oro.

 El contacto visual y físico con esas personas fue emotivo, lleno de sentimiento y pasión, pero vacío de cariño y amistad, falto de amor. Un viernes más a resucitar el animal interior, a dejar fluir tu lívido, a volver a tocar el cielo. Con la primera copa llegó el recuerdo del último encuentro, con sabor fresco y amargo, como la primera ocasión que os saludasteis. Sentado en un parque, rodeado de personas de diversa índole, te sientes a gusto, te sientes querido, te sientes libre. Sientes tanto que al final sentirás que no sientes nada y sentirás que nada tiene sentido.

Entre risas y colegueo, chillidos de niñas histéricas llamando la atención y algún que otro sacando la cena, caen las copas y los hielos. La botella se va vaciando. Ya no dura tanto como antes. Ahora es tu furcia preferida. En un momento dado alcanzas una sensación de ingravidez, te crees que puedes volar y que eres lo mejor que ha venido al mundo. Tu cuerpo te pide una copa más, tu confusa mente te aconseja una retirada a tiempo, pero buscas más sensaciones que la última vez, alejar a tu alma de los problemas cotidianos. Quieres volver a alcanzar el clímax, la catarsis que te lleve allí donde no has llegado nunca. Te excusas concediendo una tregua a la rutina. Te vuelves a engañar. Al final acabas cayendo, acabas volviendo a encarnar aquello que te prometiste no volver a ser, pero ya no eres dueño de ti mismo, y poco a poco ves que la vista se nubla, que no puedes volar.

Tus compañeros en este viaje se han perdido buscando un destino, estás con mucha gente, pero te sientes solo. Las sonrisas de antes ya no significan nada más que hielo envasado, que se derrite como tu malgastada juventud. Has ido acumulando logros para seguir en la cresta de la ola, has querido mantener tu status, pero, ¿a qué precio? Dando tumbos vuelves a casa. Ha sido una noche más, ha sido una noche menos. Sin saber cómo, la luna ya no brilla igual que la última vez que cruzaste el umbral. Ya no sabes donde agarrarte, en qué soporte apoyar tu endeble cerebro.

Te lamentas. Te lamentas mucho. El momento ha sido fugaz, no ha resultado ser tanto como esperabas y la factura es más cara de lo que te puedes permitir. Te repites una y otra vez no beber nunca más, convencido de que así será, y juras en arameo por lo más santo que conoces. Después de otra noche perdida, te acuestas, oliendo mal y vistiendo limpio, con un pensamiento claro: por la noche, como dice la canción, la única verdad es que todo es mentira. Y, al día siguiente, te despiertas sin acordarte de nada, con la resaca de amante y la constante desesperación de haber aprovechado el momento, de haber disfrutado del Carpe diem, de haber seguido las enseñanzas de la sociedad, de satisfacer tus apetitos. Pero eso ya no te llena, te desesperas y tu mente se lanza al vacío en busca de respuestas. Quizá deberías dejar de reducir tu vida a instantes puntuales. Quizá podrías dejar de pensar en ti mismo. Quizá intentaría vivir menos en el placer inmediato y luchar por algo más en el largo plazo. Quizá algo que requiera esfuerzo, algo inconformista, algo que realmente te llene. Quizá no fijarse tanto en los riegos y miedos. Quizá lo que tendrías que hacer es dejar de buscar respuestas, y formular bien las preguntas.

viernes, 19 de octubre de 2012

Quejarse por vicio

En los últimos años se está haciendo patente una enfermedad que arrasa con todo lo que encuentra. No deja supervivientes. Es muy contagiosa. Es de difícil curación, no hay un antídoto definido. Se palpa en el ambiente. No está catalogada y son pocos los que tienen la pócima para su cura. Nos encontramos ante una nueva patología, la patología del siglo XXI: el “quejicus”.
Esta enfermedad está asolando a la población española, sin importar la edad. Los niños se quejan por defecto, pues aún no son lo suficientemente fuertes como para negarse los apetitos corporales como un caramelo o un mero capricho. Aquellos adolescentes que no han sido educados en la fortaleza y en la fuerza de la voluntad, se enfadan, rabian y patalean como críos al no ver cumplidos sus deseos, lo que les lleva a quejarse por rutina de cualquier cosa que no sea de su agrado. Pero también ha alcanzado a los adultos, pues las manías empiezan a tomar el control de nuestras vidas, y lo queremos todo a nuestro gusto, lo que nos lleva a quejarnos por vicio.
Realmente resulta muy molesto estar con alguien que se queja constantemente. Hace sentirte crítico en extremo, celoso y no deja apreciar la belleza de la vida. Por ejemplo, si entras en un bar, siempre aparece algun “quejicus” que hace un comentario negativo. Si no te atienden al instante, comentario a la palestra. Si el suelo está sucio, rajada sobre el local. Y así podría estar uno toda la tarde. Pero cómo cambian las cosas cuando tu compañía es de lo más optimista, tanto que te asombra día a día. Esas personas que, al entrar en el bar, dirían algo así como: “nunca había venido aquí, a lo mejor nos regalan algo por ser nuevos”, “estos no son del Oeste, pero así podemos prestar más atención a la carta” o “ya me estaba cansando de caminar por suelos limpios”.
Vaya chorrada, pensarán algunos. Puede que sí, puede que no, porque el optimismo es algo que atrae. Una persona que pasa una hora con alguien alegre, vuelve a casa con una sonrisa en la cara, con ganas de vivir la vida, con vitalidad. Al contrario, un pesimista invita a quejarse por activa y por pasiva, no te deja apreciar las cosas buenas de la vida, mejor dicho, se centra demasiado en los aspectos negativos de esta. Esas personas viven con un chaparrón encima. Y lo peor de todo es que lo contagian. Nos apaga las pilas, nos ciega los sueños, nos mata a fuego lento desde nuestra inconsciencia.
Un día leí una frase que dice así: “siempre alegres para hacer felices a los demás”. Y esa persona, con esa mentalidad, aportó su grano de arena al mundo. No fue fácil, pero obtuvo recompensa.
Muchos dirán que eso no sirve, que yo no voy a lograr nada. No les hagáis caso. La sociedad los ha cegado y nos los dejan soñar, no los dejan volar. No digo que sea fácil ser optimista, pues somos una minoría entre una minoría. Pero se puede cambiar el mundo siendo optimista, con realismo, viendo el lado bueno de las cosas, con una sonrisa en la cara siempre y, para rematar el cóctel, un poco de sentido del humor, para que explote y que las personas con las que estemos nos pidan la fórmula del optimismo, o la receta contra el pesimismo, la receta contra “el quejicus”.

domingo, 7 de octubre de 2012

50

Salgo de la ducha bajo los efectos de la música de mi vecino de pasillo. En ese instante, pican en mi puerta y se escucha una voz que dice: “Nano, ponte traje que salimos”. Claro. Seré tonto. El 50 aniversario del Colegio Mayor Belagua acontecía esa misma tarde, y yo, un novato en esa institución, tendría el honor y privilegio de asistir al acto que ha marcado un antes y un después en nuestra historia.
Al llegar al Baluarte, lugar donde se llevaría a cabo el acto, el panorama era de lo más formal: la elegancia que ha caracterizado al Colegio mantenía su status, la clase y la calidad hacían acto de presencia entre los “voluntarios”. Y, después de llegar, una marabunta de gente se fundía entre abrazos, risas y lágrimas contenidas de la emoción, en el reencuentro de las viejas pero sólidas amistades que solo se ven cada mucho tiempo, pero que se llevan dentro y son eternas.
Entre el caos predominante, ensordecedoras risas, innombrables vítores y una minuciosa preparación (impropia de los nuestros, dados más a la improvisación), el acto da comienzo. Más de 1500 personas son testigos físicamente del acontecimiento, pero son incontables aquellas que no estuvieron presentes (TT en España, no digo más). Se crea, actuación tras actuación, testimonio tras testimonio, un feeling nostálgico entre los veteranos, y también los novatos, ansiosos de formar parte de esa unidad siempre alegre y dispuesta a ayudar. Cuando el acto finalizó, un suculento coctel esperaba a ser deleitado por nuestros paladares, acompañados de unos vinos de buena reserva, dicho sea de paso.
Al día siguiente, jornada de puertas abiertas en las distintas sedes. Los recuerdos imborrables de los ex residentes, acompañados de sus familiares y amigos, se mezclan con la curiosidad innata de aquellas que observan cada día al pasar a un edificio que es todo un misterio. Y, en cierta manera, lo es. Belagua ha significado mucho para los más de sus 8000 residentes, pero son incontables aquellas en las que ha habido un efecto indirecto. 50 años de vida no son nada para la Historia, pero es mucho para la historia de un particular.
Belagua es más que un lugar para estudiar, hacer deporte e ir a las tertulias: es una familia. Belagua es el pasado para algunos, el presente para pocos, el futuro para muchos. Belagua lo forman sus residentes (es allí donde reside su riqueza), de ellos depende su futuro. Los lazos imborrables que unen a los que vivieron allí se hicieron patentes este fin de semana, donde los actuales residentes los mirábamos con respeto y admiración. Ellos, llenos de sano orgullo y satisfacción, inconscientemente daban a entender que tenemos la responsabilidad de seguir con el proyecto que en su día un santo empezó, que nos ilusionáramos como ellos lo hicieron y, así, volver a hacer historia dentro de otros 50 años, mirar atrás y ver aquello que tanto nos ayudó y nosotros construímos. Por eso, en nombre de muchos, digo, con sinceridad infinita, “gracias Belagua”.

viernes, 28 de septiembre de 2012

La tribu Finde

No podría decirte cuando empezaron a existir. Yo me di cuenta de su presencia entre los nuestros cuando un sacerdote (sí, un cura de esos que visten de negro), los nombró hace ya mucho tiempo. Desde entonces, me fijo mucho en quién pertenece a esa tribu. Sus características son muy comunes en nuestro tiempo, aunque se consideren inanalizables, hay una que resalta y predomina sobre las otras: viven por y para el fin de semana.
Para cualquier mortal, despertar un lunes laborable no es que sea lo más agradable de esta vida, y, siguiendo una regla de tres, cuanto más debes madrugar, más duro resulta para el cuerpo. Unos lo llaman fenómeno psicológico paranormal o ineptitud consecuente laboral. Yo a eso lo llamo cansancio, una cualidad que resalta en este clan, con demasiadas patrias y banderas aunque no representen a ninguna. Todos los días están cansados. Bueno, todos menos el fin de semana, claro. Cuando amanece un lunes, no saben donde están: puede que sigan en el tapeo de la noche anterior, flotando entre las copas del sábado o en las sensibilidades de cualquier discoteca, bajo un ambiente frívolo y superficial. Lo que está claro es que viven del recuerdo de la macro fiesta que se pegaron los días anteriores, porque, ojo ahí, cada fin de semana ha sido el mejor de sus vidas, la discoteca estaba “on fire”, las copas fueron una risa descomunal y en el bar estuvieron con algún tipo de interés… o eso dicen.
 Al principio de la semana están ciegos, no ven más allá de los recuerdos de lo anterior y su mirada se postra en el próximo evento de Facebook. A medida que llega la última parte de la semana empiezan a ver con claridad. Empiezan a salir del resacoso túnel, ya se ven los destellos de lo que promete ser otra catarsis mejor que la anterior. Se asemejan a aquellos caballos que solo miran hacia adelante, con el único fin de llegar a su mismo destino: esa aparente felicidad en la que viven placenteramente engañados, obcecados en que la vida es su fiesta, o, dicho de otra manera, que la vida se acaba si no la sienten.
Y yo digo, me pregunto, ¿cómo deben sobrellevar la ardua carga de no sentir esas sensaciones durante la semana laboral? ¿Cómo les reconoces? Pues estos individuos vagan como fantasmas, con pena y sin gloria, ya que si no tienen el flow de la fiesta no se sienten libres en su prisión hedonista, y, sin gloria porque a nada aspiran que no sea su ombligo. La tortura es diaria y solo se liberan cuando llega el viernes para después deprimirse en la melancolía de una tarde de domingo, que les devuelve a la realidad como un chorro de agua gélida en un despertar. No ven razones para disfrutar de todo aquello que no esté relacionado con su diversión. Ya estáis advertidos.
 Les reconoceréis cuando recibáis una llamada o un SMS el viernes por la tarde, invitándoos a salir a acompañarlos en sus insaciables aventuras, después de no haber tenido contacto desde la última salida. Y entonces pensaréis que el fantasma toma vida, se viste del falso colegueo nocturno, sale de su cansada tumba y vivirá con el carpe diem por filosofía durante tres días para que, después, amanezca el lunes vestido de resaca y cansancio. Allí donde la fiesta que era la vida ya ha quedado atrás, vuelve a completarse el ciclo, a despertar el espíritu del sinsentido de esta existencia que nada es de lunes a jueves.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Su amistad es peligrosa


Pasea entre la sociedad, oculta entre el tumulto de la muchedumbre. No llama la atención, y, si no te advierten de su presencia, es difícil verla. Has pasado con ella algunos momentos, pero, con la resacas llega el olvido. La conoces de sobra y le has pedido consejo cuando, harto de tus obligaciones diarias, has perdido la fe en tu entrega a tus proyectos. De una forma u otra, desde la inconsciencia o desde el oportunismo, hemos encarnado los valores y fundamentos de su personalidad, con argucias y palabras que de sobra sabíamos que estaban vacías de sentido. Y viceversa. ¿Quién no ha sucumbido a los placeres de la falsa felicidad en forma de comodidad?

Aparece en tu vida con el uso de razón, crece contigo en la adolescencia y de ti depende si la eliges como amiga, amante o furcia. En esa edad, momento crítico, se decide para muchos su futuro, que conlleva el desarrollo de una vida. Con ella pasa igual. Si te enamora de sus falsas promesas, huye y no la mires a los ojos al despedirte, no vaya ser que a Cupido se le antoje un beso más. Pero lo más doloroso no es decir adiós, sino convivir con el recuerdo de un amor, que siempre estará allí. Ahora, en la universidad, deambula por los pasillos de la universidad acechando a sus presas, a las cuales se presenta en forma aristocrática y con falsa modestia. Y yo, desenamorado y decepcionado, camino escéptico y cínico viendo como ella pasea de la mano de muchos. No me extraño al ver sus victorias, cuesta creer como obceca nuestra visión a ciertos puntos de la vida, olvidando a la belleza y al amor. Me preocupo, pues la veo de cañas con la ley del mínimo esfuerzo y otros ilustres, acompañado de un puñado de estudiantes que flotan entre el falso colegueo de unas tapas tontas.

Sin embargo, no me desanimo y me regocijo que otros muchos han rechazado la tentación de su amistad. La risa acude a mí cuando imagino las calabazas que ha recibido y cada día me convenzo más que a los jóvenes se nos gana con actos, no con palabras, y que, a su vez, tenemos ya poco que decir y mucho que hacer.

Y, mientras miro por la ventana, la veo pasar. Sola o acompañada, deseo que no vuelva a fijar sus hipnotizadores ojos en los míos, y que, en poco tiempo, ella, la mediocridad, abandone nuestras vidas y luchemos por no estar entre el montón, por destacar gracias a nuestro esfuerzo, por lograr nuestros objetivos con constancia y perseverancia, por poder soñar libres en cambiar el mundo y, más temprano que tarde, ser felices de verdad.

jueves, 6 de septiembre de 2012

No es una etapa cualquiera


   De las etapas de la vida del ser humano, gran cantidad de personas destacan la época universitaria como los mejores años de nuestras vidas. Y estoy completamente de acuerdo. Acabas el colegio con cierta melancolía por el tiempo que has pasado ahí, por esos edificios que te han visto crecer, por el cariño y el afecto a profesores, amistades e infinidad de cosas más. Quisieras quedarte un poco más, pero ya no hay vuelta atrás: el tiempo no te perdona que hayas desaprovechado todo el conocimiento que podrías haber adquirido o te recompensa con la satisfacción del trabajo bien hecho. Y, después de acabar el colegio te centras en las pruebas de la Selectividad. Tan temidas y tan subestimadas por muchos, tan preparadas y tan despreocupadas para otros. Cuando acabas esas pruebas, muchos deciden pegarse el verano de su vida con viajes exóticos a diversos lugares o a salir de fiesta sin propósito alguno pensando que el verano es eterno o con alguna idea por el estilo. Te sientes libre, y, en cierta manera, lo eres. Pero eso tiene fin y llega la universidad. Llega sin aviso, aunque hayas estado esperándola durante tu vida académica; llega sola al baile, pues no tiene pareja mejor que tú. Lleva esperándote desde que te vio. Te ha buscado y la has encontrado. Se ha plantado delante de ti, tímida al principio, no quiere decir su nombre. Le importa poco que seas de letras o ciencias, solo busca que la quieras, que aproveches esta oportunidad de oro pulido que solo a los afortunados se les presenta. Quiere que no dejes de llenar tu conocimiento, aunque sea insaciable. Te presenta la prueba casi definitiva sobre tu vida, la prueba de ser tú mismo, de madurar, de ejercer tu libertad. Te ha conocido como adolescente, tan loco, tan prepotente, pero se despedirá de ti como hombre hecho y derecho si es así como lo quieres. Necesita de tus virtudes y cualidades para crecer, va a luchar contigo contra un frente común como la pereza, la falta de voluntad, el desánimo… y otros conocidos que arrasan y devastan nuestra sociedad. Pero no estaréis solos, pues a la fiesta se suman tus nuevas y futuras amistades, tus profesores y tus ideales, que te acompañarán en este trayecto. La motivación y la ilusión de los primeros días deben conectar con la constancia y perseverancia de los próximos para llegar a buen puerto. Razón tiene aquel que dijo “empezar bien es importante, acabar bien es vital”. Hay que remarcar que no todo se mueve en el plano académico y que, a pesar de ser el centro de toda actividad, debes gozar de unas buenas cañas, hacer deporte, leer, disfrutar de tus aficiones, salir de fiesta. Eso también es parte de la universidad, que siempre es justa, que saldrá a buscarte allá donde estés, que te ofrecerá su mano aunque hayas renegado de ella, aunque tengas miedo a descubrir la verdad, aunque seas viejo pero joven de espíritu, nunca es tarde para empezar. Ella siempre estará allí, sola y callada, pero firme y sabia, esperando que tú, joven soñador, aceptes ese baile.