viernes, 19 de octubre de 2012

Quejarse por vicio

En los últimos años se está haciendo patente una enfermedad que arrasa con todo lo que encuentra. No deja supervivientes. Es muy contagiosa. Es de difícil curación, no hay un antídoto definido. Se palpa en el ambiente. No está catalogada y son pocos los que tienen la pócima para su cura. Nos encontramos ante una nueva patología, la patología del siglo XXI: el “quejicus”.
Esta enfermedad está asolando a la población española, sin importar la edad. Los niños se quejan por defecto, pues aún no son lo suficientemente fuertes como para negarse los apetitos corporales como un caramelo o un mero capricho. Aquellos adolescentes que no han sido educados en la fortaleza y en la fuerza de la voluntad, se enfadan, rabian y patalean como críos al no ver cumplidos sus deseos, lo que les lleva a quejarse por rutina de cualquier cosa que no sea de su agrado. Pero también ha alcanzado a los adultos, pues las manías empiezan a tomar el control de nuestras vidas, y lo queremos todo a nuestro gusto, lo que nos lleva a quejarnos por vicio.
Realmente resulta muy molesto estar con alguien que se queja constantemente. Hace sentirte crítico en extremo, celoso y no deja apreciar la belleza de la vida. Por ejemplo, si entras en un bar, siempre aparece algun “quejicus” que hace un comentario negativo. Si no te atienden al instante, comentario a la palestra. Si el suelo está sucio, rajada sobre el local. Y así podría estar uno toda la tarde. Pero cómo cambian las cosas cuando tu compañía es de lo más optimista, tanto que te asombra día a día. Esas personas que, al entrar en el bar, dirían algo así como: “nunca había venido aquí, a lo mejor nos regalan algo por ser nuevos”, “estos no son del Oeste, pero así podemos prestar más atención a la carta” o “ya me estaba cansando de caminar por suelos limpios”.
Vaya chorrada, pensarán algunos. Puede que sí, puede que no, porque el optimismo es algo que atrae. Una persona que pasa una hora con alguien alegre, vuelve a casa con una sonrisa en la cara, con ganas de vivir la vida, con vitalidad. Al contrario, un pesimista invita a quejarse por activa y por pasiva, no te deja apreciar las cosas buenas de la vida, mejor dicho, se centra demasiado en los aspectos negativos de esta. Esas personas viven con un chaparrón encima. Y lo peor de todo es que lo contagian. Nos apaga las pilas, nos ciega los sueños, nos mata a fuego lento desde nuestra inconsciencia.
Un día leí una frase que dice así: “siempre alegres para hacer felices a los demás”. Y esa persona, con esa mentalidad, aportó su grano de arena al mundo. No fue fácil, pero obtuvo recompensa.
Muchos dirán que eso no sirve, que yo no voy a lograr nada. No les hagáis caso. La sociedad los ha cegado y nos los dejan soñar, no los dejan volar. No digo que sea fácil ser optimista, pues somos una minoría entre una minoría. Pero se puede cambiar el mundo siendo optimista, con realismo, viendo el lado bueno de las cosas, con una sonrisa en la cara siempre y, para rematar el cóctel, un poco de sentido del humor, para que explote y que las personas con las que estemos nos pidan la fórmula del optimismo, o la receta contra el pesimismo, la receta contra “el quejicus”.

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