jueves, 1 de noviembre de 2012

Instantes nocturnos


Saliste de casa esperanzado. Intuías algo. Un cúmulo de buenas sensaciones recorría tu cuerpo y decidiste salir a comerte la noche con lo que hubiera por delante. Habías quedado ya con los colegas de barra y con tus amistades de esquinas. Llevabas esperando el momento desde hacía ya menos de una semana. Estabas impaciente. Sería legendario, sería actuar como si no hubiera mañana. Presientes que si no te lanzas hoy habrás perdido una oportunidad de oro.

 El contacto visual y físico con esas personas fue emotivo, lleno de sentimiento y pasión, pero vacío de cariño y amistad, falto de amor. Un viernes más a resucitar el animal interior, a dejar fluir tu lívido, a volver a tocar el cielo. Con la primera copa llegó el recuerdo del último encuentro, con sabor fresco y amargo, como la primera ocasión que os saludasteis. Sentado en un parque, rodeado de personas de diversa índole, te sientes a gusto, te sientes querido, te sientes libre. Sientes tanto que al final sentirás que no sientes nada y sentirás que nada tiene sentido.

Entre risas y colegueo, chillidos de niñas histéricas llamando la atención y algún que otro sacando la cena, caen las copas y los hielos. La botella se va vaciando. Ya no dura tanto como antes. Ahora es tu furcia preferida. En un momento dado alcanzas una sensación de ingravidez, te crees que puedes volar y que eres lo mejor que ha venido al mundo. Tu cuerpo te pide una copa más, tu confusa mente te aconseja una retirada a tiempo, pero buscas más sensaciones que la última vez, alejar a tu alma de los problemas cotidianos. Quieres volver a alcanzar el clímax, la catarsis que te lleve allí donde no has llegado nunca. Te excusas concediendo una tregua a la rutina. Te vuelves a engañar. Al final acabas cayendo, acabas volviendo a encarnar aquello que te prometiste no volver a ser, pero ya no eres dueño de ti mismo, y poco a poco ves que la vista se nubla, que no puedes volar.

Tus compañeros en este viaje se han perdido buscando un destino, estás con mucha gente, pero te sientes solo. Las sonrisas de antes ya no significan nada más que hielo envasado, que se derrite como tu malgastada juventud. Has ido acumulando logros para seguir en la cresta de la ola, has querido mantener tu status, pero, ¿a qué precio? Dando tumbos vuelves a casa. Ha sido una noche más, ha sido una noche menos. Sin saber cómo, la luna ya no brilla igual que la última vez que cruzaste el umbral. Ya no sabes donde agarrarte, en qué soporte apoyar tu endeble cerebro.

Te lamentas. Te lamentas mucho. El momento ha sido fugaz, no ha resultado ser tanto como esperabas y la factura es más cara de lo que te puedes permitir. Te repites una y otra vez no beber nunca más, convencido de que así será, y juras en arameo por lo más santo que conoces. Después de otra noche perdida, te acuestas, oliendo mal y vistiendo limpio, con un pensamiento claro: por la noche, como dice la canción, la única verdad es que todo es mentira. Y, al día siguiente, te despiertas sin acordarte de nada, con la resaca de amante y la constante desesperación de haber aprovechado el momento, de haber disfrutado del Carpe diem, de haber seguido las enseñanzas de la sociedad, de satisfacer tus apetitos. Pero eso ya no te llena, te desesperas y tu mente se lanza al vacío en busca de respuestas. Quizá deberías dejar de reducir tu vida a instantes puntuales. Quizá podrías dejar de pensar en ti mismo. Quizá intentaría vivir menos en el placer inmediato y luchar por algo más en el largo plazo. Quizá algo que requiera esfuerzo, algo inconformista, algo que realmente te llene. Quizá no fijarse tanto en los riegos y miedos. Quizá lo que tendrías que hacer es dejar de buscar respuestas, y formular bien las preguntas.

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