De las etapas de la vida del ser humano, gran cantidad de personas
destacan la época universitaria como los mejores años de nuestras vidas. Y
estoy completamente de acuerdo. Acabas el colegio con cierta melancolía por el
tiempo que has pasado ahí, por esos edificios que te han visto crecer, por el
cariño y el afecto a profesores, amistades e infinidad de cosas más. Quisieras
quedarte un poco más, pero ya no hay vuelta atrás: el tiempo no te perdona que
hayas desaprovechado todo el conocimiento que podrías haber adquirido o te
recompensa con la satisfacción del trabajo bien hecho. Y, después de acabar el
colegio te centras en las pruebas de la Selectividad. Tan temidas y tan
subestimadas por muchos, tan preparadas y tan despreocupadas para otros. Cuando
acabas esas pruebas, muchos deciden pegarse el verano de su vida con viajes
exóticos a diversos lugares o a salir de fiesta sin propósito alguno pensando
que el verano es eterno o con alguna idea por el estilo. Te sientes libre, y,
en cierta manera, lo eres. Pero eso tiene fin y llega la universidad. Llega sin
aviso, aunque hayas estado esperándola durante tu vida académica; llega sola al
baile, pues no tiene pareja mejor que tú. Lleva esperándote desde que te vio.
Te ha buscado y la has encontrado. Se ha plantado delante de ti, tímida al
principio, no quiere decir su nombre. Le importa poco que seas de letras o
ciencias, solo busca que la quieras, que aproveches esta oportunidad de oro
pulido que solo a los afortunados se les presenta. Quiere que no dejes de llenar
tu conocimiento, aunque sea insaciable. Te presenta la prueba casi definitiva
sobre tu vida, la prueba de ser tú mismo, de madurar, de ejercer tu libertad.
Te ha conocido como adolescente, tan loco, tan prepotente, pero se despedirá de
ti como hombre hecho y derecho si es así como lo quieres. Necesita de tus
virtudes y cualidades para crecer, va a luchar contigo contra un frente común
como la pereza, la falta de voluntad, el desánimo… y otros conocidos que
arrasan y devastan nuestra sociedad. Pero no estaréis solos, pues a la fiesta
se suman tus nuevas y futuras amistades, tus profesores y tus ideales, que te
acompañarán en este trayecto. La motivación y la ilusión de los primeros días
deben conectar con la constancia y perseverancia de los próximos para llegar a
buen puerto. Razón tiene aquel que dijo “empezar bien es importante, acabar
bien es vital”. Hay que remarcar que no todo se mueve en el plano académico y
que, a pesar de ser el centro de toda actividad, debes gozar de unas buenas
cañas, hacer deporte, leer, disfrutar de tus aficiones, salir de fiesta. Eso
también es parte de la universidad, que siempre es justa, que saldrá a buscarte
allá donde estés, que te ofrecerá su mano aunque hayas renegado de ella, aunque
tengas miedo a descubrir la verdad, aunque seas viejo pero joven de espíritu,
nunca es tarde para empezar. Ella siempre estará allí, sola y callada, pero
firme y sabia, esperando que tú, joven soñador, aceptes ese baile.
Brutal, no puedo estar más de acuerdo! ;)
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