domingo, 9 de diciembre de 2012

La primera victoria

Sueñas. Tu cuerpo, en reposo, yace sumergido en un cúmulo de anestesias que te hacen dormir. Descansas, respiras y sientes el pleno confort de las sábanas acariciando tu piel, que te transmiten suavidad y calor, mientras tu cabeza reposa sobre la mullida almohada. Hay un clímax perfecto. Lo hay hasta que suena el despertador. Irrumpe en tu ideal sueño, sin preguntar y con un estruendoso sonido. Empieza como si fuera lejano, pero poco a poco, in crescendo, se acerca y taladra tu cabeza. Parece que habite a las compuertas de tu oreja. Cuando ya eres consciente de la situación, tu cuerpo, anclado en la comodidad, rechaza el mero pensamiento de levantarse. Dudas. Asistes a una discusión diaria, cansina y tediosa, entre tu razón y tu sensibilidad. Al no poseer la fuerza para levantarte, te prometes 5 minutos más, 5 minutos más que son en sí un engaño, una pequeña derrota, la primera de muchas. El malestar que produce tu conciencia es el claro reflejo de un descanso intranquilo, que no disfrutas, que te martillea, y maldices tu existencia y tus deberes, tus compromisos y obligaciones. Buscas una respuesta que satisfaga a tu cuerpo para que haga el tremendo esfuerzo que supone abandonar la cama. Vuelve a sonar el pospuesto despertador y esta vez sí, abres los ojos y tus pies sienten el frío suelo, que te traen de repente al mundo sensible. Bostezas y te estiras, difundiendo la poca vitalidad matutina al resto de tus extremidades. Te miras al espejo y sigues sin encontrar razones por las cuales no volver a la cama. El agua de la ducha acaba por sacarte del sueño y el día empieza a tener un color más vivo, parece que ha valido la pena levantarse y que el día se presenta de lo más emocionante. Cantas por lo bajo una canción y tus ánimos han crecido en sobremanera. Tu perspectiva ya no es lo que era, ha cambiado en cuestión de minutos. Te sonríes al pensar que aún podrías seguir adormilado en los sinsabores de la derrota personal, en la frustración de haber sido dominado por tu cuerpo y de no haber podido sobreponerte a él. Has luchado, has caído y te has levantado. Lo que se suele decir.

El despertarse por las mañanas es una lucha diaria, como muchas otras que se nos presentan en el devenir de la jornada. El poseer la voluntad de hacerlos frente depende de la disposición personal. Y es ahí donde radica un error de la sociedad: nos dan en los ámbitos personales demasiadas cosas hechas. Pero nadie puede sudar por ti. Nadie puede sustituir el esfuerzo que cada uno debe realizar para avanzar en su propia vida. Nadie podrá enseñarte a sonreír en la contrariedad, a callar el orgullo o a disculparte de tus errores. Nadie, repito, nadie puede sustituir el valor que supone una lucha diaria en los pequeños detalles, en esas cosas y situaciones que contienen un precio impagable que debe realizar cada uno.
  La sociedad actual sufre, en parte, por ese problema. No lo sé a ciencia cierta, no soy médico, pero observo y no hay que ser un lince para darse cuenta que ya a los más pequeños se les educa con poca exigencia y cuando salen de la burbuja familiar y aterrizan en el mundo escolar, a más de uno parece que le estén martirizando. La solución no es dogmática. No hay una fórmula exacta, pero el resultado debe seguir la línea de una exigencia continua, desde cero, desde la educación y desde la humildad de saber acoger los consejos de aquellos que poseen la experiencia de la vida. Es para todos un deber y una responsabilidad. Y si nos negamos a exigir y a educar, solo nacerán seres egoístas y sin capacidad de liderar en nuestra sociedad, pero, mucho peor, no serán felices, pues el mero hecho de no poder dominar los apetitos de tu cuerpo y mirarte el ombligo ya supone vivir con esa sensación de no sentirte libre, de sentirte esclavo, de no ser libre.
 Se ha dicho mucho, pero no viene mal recordar que cada día podemos superarnos personalmente, dominar nuestro cuerpo y poder hacer lo que realmente nos da la gana. Seguro que habrá días que no lo conseguiremos, que no alcanzaremos la primera victoria del día, que seremos derrotados, pero, ¿quién no ha caído para conseguir frutos?

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