Cuando nos dirigimos hacia un lugar con nuestros amigos, cuando
tenemos a la vista un fin de semana planificado con detalle o cuando ansiamos
la redención al acabar los exámenes, todos esperamos algo. Ese algo se define
como un plan de futuro del cual esperamos disfrutar y que nos llene por dentro.
Lo que también llamamos expectativas.
¿Respecto a qué? Respecto a lo que sea. Cualquier día nos despertamos
e inconscientemente, delante del espejo mientras nos peinamos, fomentamos una ligera
visión de lo magnífico o lo pesado que puede llegar a ser la jornada venidera.
Ante esta situación se nos presentan dos extremos e infinitos puntos
alternativos pero con una clara visión media.
El primer extremo sería pensar
que ese día va a ser el peor de tu vida. De esta manera solo puedes ir a mejor,
pero implica imponerte una visión muy pesimista y con pocas ganas de empezar el
día, lo que nos puede señalar claramente el camino de vuelta a la cama, ya que
nada aventura esa jornada. El otro extremo es decidir que ese día va a ser apoteósico,
sublime, divino. Empiezas el día con motivación y ganas, pero como no somos
perfectos, nos percatamos de nuestras limitaciones. Y la caída puede ser
tremendamente larga e increíblemente consistente, lo que llevaría a una
depresión considerable (exagerando un poco).
Por otro lado hay diversas formas de tomarte el día: puedes salir a
especular, sin mucha decisión y a ver cómo se desarrollan los sucesos, y de los
primeros cometidos poder definir el resto de tu día. Puedes salir apático; sin
ganas, porque no sientes el feeling de ir a trabajar; enfadado con el mundo
porque tienes un grano en la oreja que, por cierto, nadie ve; rebelde sin
causa, desafiante con la sociedad y tu entorno… y así bastantes casos más que
te dejan un sabor egocéntrico y cerrado. O, sin embargo, puedes salir a la
calle con una sonrisa, haga sol o diluvie, aunque los zapatos se mojen y el
conjunto que te hayas puesto no combine y esté pasado de moda, aunque la ducha haya
salido fría y el café, rancio, aunque la guitarra esté desafinada y el vecino
moleste, tu equipo haya perdido o el mundo esté muy mal.
Sé tú mismo quien se dé cuenta que nunca nada saldrá como esperas:
siempre irá peor o mejor de lo planeado, pero eso no te tiene que quitar la
ilusión de desear la perfección, aunque nunca la consigas, pero al menos llegar
a sus albores y dar lo máximo. Que las expectativas defrauden no implica que se
deba esperar lo peor, sino que uno debe poner el listón en la exigencia y en
desear lo mejor, pero estar preparado para salvar la situación si no éstas no
se cumplen y darle la vuelta a la tortilla.
Sal a por todas y cómete el mundo sin esperar que te lo sirvan, con o
sin patatas, se cumplan o no tus expectativas frente a la vida, frente a lo que
deseas, frente a lo que esperas. Y para eso se necesita cariño de tus seres
queridos y de tus amigos, que te aconsejen y que te quieran. Siempre se puede
mejorar o ir en dirección contraria, la mediocridad está en saberlo y no hacer
nada, reduciendo tu vida a una cuestión de expectativas cada vez más bajas y efímeras. Así que arremángate, esboza una sonrisa e intenta mantenerla aunque tus
expectativas, de naturaleza egoísta, no se cumplan.
¡Estupendo Perico!
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