martes, 22 de enero de 2013

Cuestión de expectativas

Cuando nos dirigimos hacia un lugar con nuestros amigos, cuando tenemos a la vista un fin de semana planificado con detalle o cuando ansiamos la redención al acabar los exámenes, todos esperamos algo. Ese algo se define como un plan de futuro del cual esperamos disfrutar y que nos llene por dentro. Lo que también llamamos expectativas.
¿Respecto a qué? Respecto a lo que sea. Cualquier día nos despertamos e inconscientemente, delante del espejo mientras nos peinamos, fomentamos una ligera visión de lo magnífico o lo pesado que puede llegar a ser la jornada venidera. Ante esta situación se nos presentan dos extremos e infinitos puntos alternativos pero con una clara visión media.
 El primer extremo sería pensar que ese día va a ser el peor de tu vida. De esta manera solo puedes ir a mejor, pero implica imponerte una visión muy pesimista y con pocas ganas de empezar el día, lo que nos puede señalar claramente el camino de vuelta a la cama, ya que nada aventura esa jornada. El otro extremo es decidir que ese día va a ser apoteósico, sublime, divino. Empiezas el día con motivación y ganas, pero como no somos perfectos, nos percatamos de nuestras limitaciones. Y la caída puede ser tremendamente larga e increíblemente consistente, lo que llevaría a una depresión considerable (exagerando un poco).
Por otro lado hay diversas formas de tomarte el día: puedes salir a especular, sin mucha decisión y a ver cómo se desarrollan los sucesos, y de los primeros cometidos poder definir el resto de tu día. Puedes salir apático; sin ganas, porque no sientes el feeling de ir a trabajar; enfadado con el mundo porque tienes un grano en la oreja que, por cierto, nadie ve; rebelde sin causa, desafiante con la sociedad y tu entorno… y así bastantes casos más que te dejan un sabor egocéntrico y cerrado. O, sin embargo, puedes salir a la calle con una sonrisa, haga sol o diluvie, aunque los zapatos se mojen y el conjunto que te hayas puesto no combine y esté pasado de moda, aunque la ducha haya salido fría y el café, rancio, aunque la guitarra esté desafinada y el vecino moleste, tu equipo haya perdido o el mundo esté muy mal.
Sé tú mismo quien se dé cuenta que nunca nada saldrá como esperas: siempre irá peor o mejor de lo planeado, pero eso no te tiene que quitar la ilusión de desear la perfección, aunque nunca la consigas, pero al menos llegar a sus albores y dar lo máximo. Que las expectativas defrauden no implica que se deba esperar lo peor, sino que uno debe poner el listón en la exigencia y en desear lo mejor, pero estar preparado para salvar la situación si no éstas no se cumplen y darle la vuelta a la tortilla.
Sal a por todas y cómete el mundo sin esperar que te lo sirvan, con o sin patatas, se cumplan o no tus expectativas frente a la vida, frente a lo que deseas, frente a lo que esperas. Y para eso se necesita cariño de tus seres queridos y de tus amigos, que te aconsejen y que te quieran. Siempre se puede mejorar o ir en dirección contraria, la mediocridad está en saberlo y no hacer nada, reduciendo tu vida a una cuestión de expectativas cada vez más bajas y efímeras. Así que arremángate, esboza una sonrisa e intenta mantenerla aunque tus expectativas, de naturaleza egoísta, no se cumplan.

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